José A. Ponte Far
Estamos ante uno de los grandes Premios Nobel de literatura. Se lo concedieron en 1962. Sus novelas están situadas en el condado imaginario de Yoknapatawpha, un territorio grande, misterioso, inabarcable. Un nombre laberíntico para un lugar caótico, inspirado en el condado de Lafayette (Misisipi) y en el sur de Estado Unidos, en una época de abandono y lejanía. Un mundo simbólico. Allí suelen transcurrir la mayoría de sus historias innovadoras en la forma y en el fondo, a la que tanto deben escritores de todas partes del mundo, especialmente hispanoamericanos, que van desde Alejo Carpentier y Juan Rulfo, hasta Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, pasando por Juan Carlos Onetti y Guillermo Cabrera Infante. Todos ellos reconocieron la influencia de Faulkner, en concreto de sus novelas más conocidas: El ruido y la furia, Mientras agonizo, Santuario, Luz de agosto, ¡Absalón, Absalón!, Las palmeras salvajes…
Generación perdida
Es uno de los novelistas que integra este grupo de grandes escritores americanos que surge en los años posteriores a la Primera Guerra Mundal, y que estuvieron muy marcados por la misma. Los nombres de Francis Scott Fitzgerald, el autor de El gran Gatsby), John Steinbeck (Las uvas de la ira), Hemingway (El viejo y el mar), John dos Passos (Manhattan transfer), revitalizaron con Faulkner la novela americana y mundial.
Caballero del sur
Un caballero del sur, como gustaba definirse, debe de ser un tipo especial, muy suyo y un tanto raro. Pero también muy auténtico. Cuando el presidente de EE.UU., John Kennedy, gustaba de invitar a cenar a la Casa Blanca a algunas celebridades del mundo de la cultura –Arthur Miller, Frank Sinatra, Saul Bellow, Norman Mailer, entre otros-, también invitó a Faulkner, ya un escritor consagrado con el premio Nobel. Y este, todo un carácter consecuente con su forma de vivir, orgulloso y cortés como buen sureño, le contestó a vuelta de correo: «Señor presidente: yo no soy más que un granjero y no tengo ropa apropiada para este evento. Ahora bien, si usted tiene algún interés en cenar conmigo, con mucho gusto le invito a mi casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi». Orgullo y cortesía es lo que nos transmite esta respuesta. Era un hombre del Sur, y como tal quiso vivir siempre. Y lo hizo cuando, económicamente, pudo permitírselo. Faulkner siempre tuvo mitificado ese tipo de vida sureño, más agrario, más en contacto con la Naturaleza, menos industrial; para él, más sano y auténtico.
Perfil biográfico y psicológico
A pesar de considerarse un auténtico caballero sureño, con los aires de grandeza y todo lo que el concepto conllevaba, en la realidad su biografía nos presenta a un joven díscolo, que es expulsado del puesto de Correos por no cumplir bien con sus obligaciones, que bebe para olvidarse de sus oficios inestables (pintor de brocha gorda, dependiente de librería, portero de cabaret), y que tiene un carácter arisco y muy independiente. Quiso ser piloto militar en la aviación americana y fue rechazado por falta de estudios suficientes. Los ingleses no lo admitieron por corto de estatura. Cuando lo reclutó la aviación de Canadá, se había acabado la Primera Guerra mundial.
París y Hollywood
Como todos los de su Generación vivió unos años en París, pero acabó recluyéndose en su rancho sureño. En 1930 compró el desvencijado caserón de Rowan Oak, sin agua y sin luz, al que irá dotando de las tierras que lo rodeaban y que fue comprando según se lo permitía su destartalada economía. Quería ser un caballero, poseedor de tierras, establos y caballos, como tantas acaudaladas familias sureñas. Pero eso era un lujo que no podía permitirse, por eso recurrió, como otros compañeros de Generación, al trabajo bien remunerado de guionista de cine. En esta faceta trabajó para los grandes directores de cine del momento (Hitchoock, Elia Kazán, Orson Wells), que dejaron grandes películas en el mejor momento de la historia de Hollywood.