ANA ABELENDA
Está bien mirar a los lados, no tanto atrás, ni hacia dentro, donde no hay principio ni fin, que así es el ego, seas hombre o mujer. Si miro ahora a la izquierda, va un derechazo a mi autoestima, bien de incalculable valor que tendemos a poner en manos de los demás… No sé si tiene que ver con la autoestima (sospecho que sí), pero de pequeña quería ser un niño. A veces (debía de ser fluida…). Quería ser niño para parecerme a mi padre, llevar el pelo corto, quitarme los pendientes y no ponerme vestidos de nido de abeja (no entremos en el perlé…), para que los Reyes me trajesen un Autocross y no parecerme ni un pelo a aquella niña que se pasaba los recreos diciendo que quería ser mayor para ser mamá. Susanita, qué bajón. Pero a la vez quería ser niña. Niña para no tener que pelearme con el mandilón-capa, para hablar por los codos por lo bajini de-lo-que-no-se-habla o para ser la novia de McGyver. Aún voy entendiendo ahora que este tipo de cosas son convenciones sociales que interesa más o menos potenciar. Que no es más mujer, digamos, o más hombre, aquel o aquella que lo parece más. Que lo femenino y lo masculino son construcciones de género que se politizan por su jugo emocional y electoral. El sexo condiciona de manera diferente a todos los clichés y la parafernalia de género que hay detrás. Veo que hay aún quien educa a machete para que el niño le salga bien masculino y la niña femenina, para que no haya ningún género de dudas, ni una fisura entre lo que se tiene entre las piernas y cómo se debe ser. Ahora solo quiero ser mujer. No soy fluida, sino compacta con todo género de dudas. Como sexo y género no son sinónimos, dudo, por ejemplo, que el mundo fuese mejor si mandasen las mujeres (¿o damos por supuesto que lo harán con empatía y sensibilidad?). En todo caso se debería probar, ¿no?