MANUEL VARELA
Dice que es un «dinosaurio» porque no tiene WhatsApp. Pero quizá no estar pendiente del móvil le permita tener más tiempo para reflexionar. Eso, discutir y discurrir, es lo que lleva haciendo toda la vida. Ni jubilado ha dejado de hacerlo. Rafael Varela cerró su carrera como docente hace cuatro años en el IES Antón Fraguas, donde pasó casi toda su vida profesional, para disfrutar de un retiro que, pasado el tiempo, se dio cuenta que no quería que llegase aún.
—¿Y eso?
—Siento muchísimo haberme jubilado. Extraño mucho la docencia. Era algo que intuía. Me di cuenta de que seguía siendo profesor al jubilarme. Me sentía cansado, pero quizá fuera algo provisional. Creo que fue uno de los errores de mi vida.
—¿Cómo llena ahora ese vacío?
—Hace tres años empecé a dar clase de Historia de la Filosofía en Ategal, con personas de la tercera edad. La experiencia fue muy buena, pero el covid lo chafó todo. Ahora estoy colaborando como voluntario en la Biblioteca Ángel Casal, con unos talleres de filosofía dos veces por semana. En todos los años no solo he tenido alumnos extraordinarios, sino profesores de los que aprendí muchísimo.
—¿Cómo es tener ahora un alumnado que no es adolescente?
—Tienen un nivel importante, y eso es gratificante. Me anima a preparar las clases porque tenemos discusiones como había tenido pocas hasta ahora. Es un frente abierto distinto. Siempre creí que enseñar, como decía Heidegger, es dejar aprender. Este posicionamiento funcionaba bien con enseñanza media, pero en la Ángel Casal —que son de todas las edades— muchos se dedicaron ya a la enseñanza y ya vienen enseñados. Aprendo muchísimo con ellos, están altamente cualificados. Me ponen en más de un problema y eso es bueno.
—Seguro que ahora tiene a alumnos más dispuestos a participar.
—Avanzamos muy lentos, aún estamos en Sócrates. Seguramente, será imposible de abordar el programa tal y como lo planteé. Es frustrante, pero la guerra con los programas es una constante. Más que los conocimientos eruditos, lo que más nos enriquece es el pensamiento crítico, la diversidad de opiniones y atreverse a exponerlas. Si la gente estuviera muda avanzaríamos más, pero sería menos rico: la participación del alumnado es fundamental en filosofía.
—¿Encuentra muchos cambios respecto al instituto?
—Era distinto porque teníamos clase varias veces por semana y podíamos avanzar más. Podíamos permitirnos licencias, pero luego recuperábamos lo perdido. He tenido generaciones muy distintas, con alumnos extraordinarios que después tuvieron, y tienen, una excelente carrera profesional. Después ha habido alumnos que, sin ser tan buenos estudiantes, aportaban muchas cosas, sobre todo desde el punto de vista vital. Las discusiones que ahora se dan en la biblioteca no eran frecuentes en la enseñanza media.
—¿Eran las generaciones anteriores más críticas?
—No lo creo. Los alumnos siempre se han parecido. Lo que han cambiado son los currículos y el nivel de exigencia. Siempre hemos tenido grupos extraordinariamente competentes e interesados en la materia.
—¿Cree que se valora lo suficiente a la filosofía en los institutos?
—Es una idea discutible, al menos para los poderes políticos. No sé ahora cómo está en el bachillerato, pero seguro que tuvimos momentos mejores. Me llama la atención encontrarme con alumnos y que me reconozcan que a veces era una lata la clase por el nivel de exigencia y las reflexiones que se hacían, pero con el tiempo valoraban mucho lo que habían aprendido. Añoraban no haberse volcado algo más. La filosofía y las humanidades son muy necesarias.
—¿Es la asignatura que despierta mayor pensamiento crítico?
—Depende también del profesor, pero hay otras asignaturas como Historia o Economía. Se puede despertar ese pensamiento crítico también ahí.
—¿Cómo hacer que la filosofía interese en clase?
—En todo su tronco, la filosofía tiene muchas áreas: ética, introducción a la filosofía… Salvo que se plantee desde el punto de vista de la erudición, que es menos interesante, la materia es exigente desde el punto de vista reflexivo y de opinión. A veces hay alumnos a los que les falta un punto de madurez. Los jóvenes son rápidos y la reflexión les queda lejos. Ese es el reto.
—¿Filosofía ha ido perdiendo peso en el currículo académico?
—Es la asignatura que siempre estuvo sometida a vaivenes de los cambios. Es recurrente en la posibilidad de quitar horas. Hemos sido un poco parias.
—¿Le han afectado mucho los cambios de leyes educativas?
—Diría que, en los años que estuve, con cada gobierno cambiaban leyes y orientaciones. Eso causaba perplejidad y preocupación entre el profesorado. Quizá menos en el alumnado, más propicio a aceptar los cambios.
—¿Diría que lo demostraron también con la pandemia al adaptarse a todas las medidas?
—Se han hecho grandes esfuerzos por profesores, padres y alumnos para navegar en aguas tan difíciles. Pero lo que también veo es que se ha demostrado la exclusión social y la capacidad económica para adaptarse mejor a la nueva situación. Se han marcado diferencias, sobre todo cuando el alumnado tuvo que incorporarse telemáticamente sin que todos partiesen de la misma situación.
«Hay altibajos, como en todas las profesiones, pero en esta hay gran dignidad»
Rafael Varela aprobó la oposición a la primera, y como profesor que guarda excelentes recuerdos: «Desde la perspectiva actual, con mucha nostalgia. No sé si fueron 34 o 35 años. Pasé por muchas situaciones, pero creo que es una profesión con gran dignidad. Se tiene muchas veces sensación de que se da muchísimo, y eso no te deja indiferente. Creo que he acertado, porque cuando estudiaba no me plantaba ser profesor. Fue una profesión con altibajos, como todo. En el IES Antón Fraguas fue una etapa extraordinaria. Es un centro muy especial, muy participativo y con muchos proyectos».
—Acabó instalándose en Santiago a pesar de nacer en Vigo.
—Sí, por razones sentimentales y por el proyecto de formar familia. Santiago era una referencia. Antes estuve cuatro años en Vigo (en Coia) y tres en Ribeira hasta llegar al Antón Fraguas.