ANA ABELENDA

Los grupos de WhatsApp y las gradas deportivas son un termómetro social estupendo para evaluar el estado de la cuestión. Para examinar las actitudes y los comportamientos de los padres más allá de los códigos, del expediente y de los resultados en el ámbito deportivo y escolar.

Creo que nunca conseguiré sentir esa fuerza del clamor del clan, la épica de la victoria compartida, del triunfo masivo sobre un rival, por más que disfrute los buenos partidos e incluso, un poco por descuido o debilidad, me ponga a jalear como la que más. No me lo tomo en serio. Me tomo tan en serio el resultado de un partido de mis hijas como los discursos hiperbólicos de los políticos o mis cambios de humor. ¿Lo disfruto si ganan? Sí. ¿Sufro cuando toca sufrir? Pues no. Una de las últimas proezas que he tenido la suerte de presenciar fue la derrota de un equipo de baloncesto al que adoro, que salió en las páginas de este diario por el llamativo 188-6, resultado del partido en cuestión que llevó a la reflexión al baloncesto gallego. ¿Tiene sentido que compitan hasta el final dos equipos de tan diferente nivel?, ¿meter juntos a competir a los de la Primera División autonómica y los de la Segunda local sin ningún tipo de filtro? ¿Falla el sistema o se echa en falta deportividad en un partido que demuestra sin velos la abismal diferencia entre un equipo y otro?

Hay quien no toma postura y quien (con valentía, sin duda) ofrece su propia solución. Todo el mundo tiene su manual. Me voy al Diccionario de la RAE a ver qué significa deportividad. Y veo como primera acepción la que sigue: «Proceder deportivo (ajustado a normas de corrección y respeto propias del deporte)». Como segunda acepción: «Actitud de quien acepta de buen grado una situación adversa». Es interesante encajar las situaciones adversas. Este es un mensaje para los padres (porque los hijos a veces lo hacen bastante mejor).

Vi a ese equipo encajar la derrota con la templanza del que sabe ganar y sabe perder. El juego, cuando no somos niños de primaria, se pone serio y dice verdades. Así es la vida. Lo peor es abandonar y pretender que el otro haga o sienta lo mismo que tú.

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