Presentación:
El turismo es una de las grandes industrias del planeta. Cada país, cada región, cada ciudad, cada aldea, sueñan con situarse como destino de quienes viajan para conocer nuevos lugares y vivir experiencias diferentes. La mayoría no consiguen su objetivo deseado: se quedan como un producto de segunda o tercera categoría. ¿Es o no es mejor así? Porque otros, cuando lo logran, descubren que es muy difícil mantenerse en primera fila. E incluso que lo que han logrado puede llegar a convertirse en el peor de sus problemas. Esto sucede últimamente sobre todo con el turismo de paisajes y de naturaleza.
A veces ocurre que un lugar hermoso tiene un éxito repentino e inesperado. Y por motivos que nada tienen que ver con una campaña carísima encargada a cualquier agencia de publicidad. En ocasiones, con motivo de una mera anécdota o por una foto que empiezan a inundar las redes sociales y los medios de comunicación. Autoridades y vecinos se ven entonces sorprendidos por un creciente número de visitantes que en poco tiempo se desborda hasta atiborrar de automóviles, autobuses y más y más gente lo que hasta entonces era un lugar idílico y solitario.
En consecuencia, donde antes era posible disfrutar de una experiencia personal contemplando cualquier fenómeno de la naturaleza, ahora lo que se vive es una aglomeración ruidosa que obliga a guardar más cola que en cualquier supermercado. La ausencia de ordenación de la afluencia de personas y vehículos acarrea entonces para los gestores unos problemas (de señalización, de atascos de tráfico, de aparcamiento, de basuras…) que les obligan a buscar con urgencia medidas que los resuelvan. Con frecuencia estas medidas consisten en la alteración del propio lugar: creación de grandes aparcamientos, ampliación de pistas, instalación de edificios que alojen cafeterías, cuartos de baño o museos, colocación aquí y allá de contenedores e incluso de farolas y bancos…
¿Son esas soluciones adecuadas? ¿No habría sido mejor actuar de forma planificada desde el principio?