BELÉN ARAÚJO
En las últimas décadas Portugal se ha reinventado. Ha mejorado sus resultados en todos los informes, garantizado el acceso a la educación universal y ha logrado cumplir todos los objetivos que le planteó la Unión Europea. Y todo, pese a la pandemia.
Algo en lo que nos solemos fijar para conocer la salud del sistema educativo de un país es en el porcentaje de alumnos que abandonan los estudios a los 15/16 años, cuando dejan de ser obligatorios. Pues bien, en el 2011 un 23 % de los alumnos portugueses dejaba de estudiar, lo que significa que prácticamente uno de cada cuatro compañeros abandonaba la escuela a los 15. Era una cifra desoladora, la peor de la Unión Europea solo superada por España. Pero en solo diez años, el panorama es completamente diferente. En el 2021 la tasa bajó hasta el 6 %, lo que coloca a Portugal por encima de la media europea. Ha pasado de estar a la cola a ser de los mejores.
¿Cómo lo ha hecho? Los expertos apuntan en una dirección: el Programa Nacional para la Promoción del Éxito Escolar (PNPSE). El objetivo de este plan, creado en el 2016, es que el sistema educativo sea más flexible. Confía en que los que mejor conocen a sus alumnos son los profesores y que por eso la clave del éxito es que cada colegio pueda adaptar su currículo y sus metodologías al sistema que crea que mejor se adapta a su comunidad. Es algo así como pensar de abajo hacia arriba, dándole más poder a las escuelas que a las leyes educativas.
Por lo demás, el sistema educativo portugués es muy sencillo. La educación obligatoria comienza a los 6 años con seis cursos de educación primaria, como en España. Después los alumnos comienzan la secundaria, que dura tres años y es obligatoria. Hasta ese momento, que es cuando se cumplen los 15 años, los estudiantes no cambian de centro, se mantienen en el mismo colegio durante toda la educación obligatoria. A partir de ahí sí que hay un cambio de recinto y, además, es cuando se puede elegir entre dos caminos distintos: se puede optar por continuar el segundo ciclo de la secundaria, que abre las puertas de la Universidad; o por comenzar ya a esa edad una educación vocacional, que aquí conocemos como FP. Cualquiera de las dos opciones durará tres años y a día de hoy ambas son igual de populares. De cada diez alumnos, seis eligen estudiar una carrera y cuatro una FP.
Hay quien dice que haber apostado por reforzar la formación profesional también es una de las claves del éxito de Portugal. Al final, el esfuerzo que supone no dejar los estudios a los 15 años y estudiar tres años más, se ve recompensado con un trabajo casi asegurado porque, según las estadísticas, el 86 % de los que estudian un ciclo, encuentran empleo.
Puede que por eso Portugal haya conseguido, en solo diez años, que nadie se quede atrás y que la educación sea un paraguas en el que cada vez cabe más gente.