Colegio Sagrada Familia (Cangas)
Alumnos:
  • 4.º de ESO
Profesores:
  • Beatriz Malvido (Cultura Científica)

Detrás de las ruinas que quedan de la fábrica Massó en Cangas y la chimenea que permanece en pie en el centro de Bueu, se encuentra una larga historia que abarca cuatro generaciones familiares.

Esta historia nace con la construcción de la primera fábrica de salazón en Bueu, en 1816, cuando llegó Salvador Massó Palau, con siete personas francesas que traían grandes aportaciones del proceso industrial de la salazón, y fundó con ellas una compañía con el fin de explotar la salazón de sardina y distribuirla por el levante español. En 1880 Salvador Massó Palau constituye junto a sus dos hijos menores, Gaspar y Salvador Massó Ferrer, una sociedad mercantil para la salazón de sardina.

En 1883 se produjo el tránsito de la industria de la salazón a la de la conserva creando una sociedad mercantil con Paul Dargenton y Félix Domingo y con la instalación de una fábrica en Bueu llamada «A Perfección». El objetivo de esta sociedad era comercializar en Francia la producción de sardinas en aceite, aprovechando la crisis francesa, pero también de otros pescados, aves y otras fabricaciones de lata. Aunque esta sociedad fue disuelta en 1894 cuando los socios franceses vendieron su parte.
Se crea una nueva sociedad (Massó Hermanos S.A.) en la que son socios fundadores Gaspar y Salvador Massó Ferrer. Esta compañía se dedicó a la producción de conservas y salazones de pescado, compra y venta de harinas, y a la fabricación de toda clase de artefactos de pesca. Los hermanos Massó tenían claro que tenían que ser innovadores para diferenciarse del resto de conserveras. Daban ayudas a sus trabajadores y aminoraban sus penurias causadas por el paro o la enfermedad. En 1919 se instalaba entre fábricas y almacenes la primera línea telefónica privada de España.

A finales del siglo XIX, con el fundador de la conservera fallecido ya, los herederos Gaspar y Salvador, cometieron el primero de los errores que fue disolver la sociedad con sus socios franceses en 1925, fecha en la que Gaspar Massó García (hijo de Gaspar Massó Ferrer) ya figuraba también como gerente. Ahí empezó el declive de Massó. En 1926 construyeron una moderna fábrica en Bueu junto con un muelle de madera.

Antigua guardería en la fábrica

En 1929 se registró la Sociedad Massó Hermanos. Posteriormente, los hermanos Gaspar, José María y Antonio Massó García (tercera generación) vuelven a repuntar la empresa, colaborando con los hermanos Fernández López, que comercializan carne en lata, aprovechando la tecnología de sus fábricas de conservas.

Con la llegada de la Guerra Civil, y bajo la gerencia de Gaspar Massó García, la empresa experimenta una etapa de crecimiento con un incremento de las ventas, ya que las conservas gallegas fueron utilizadas para suministrar a los territorios ocupados por los nacionales. En esta época la plantilla está formada por alrededor de 600 mujeres y 100 hombres y la fábrica de Bueu se empieza a quedar pequeña y es así como empiezan las obras para la construcción de la factoría de Cangas en 1937.

El complejo de Cangas, finalizado en 1941, contaba con la fábrica, dos dársenas, un kilómetro de litoral, varadero para la reparación de barcos pesqueros, taller, sección de envases metálicos, una central eléctrica de emergencia, cámaras frigoríficas, una factoría ballenera, una fábrica de hielo y otra de harinas de pescado. Pero no solo eso, porque además tenían guardería y salas de lactancia, cocina-comedor, hospedería, un campo de deporte y viviendas para los trabajadores y la primera asistenta social. Franco le dio el distintivo de “empresa ejemplar”. Entrevistando a gente que vivió en esta época en Cangas todos apuntan a decir que «moita famiña quitou Massó en Cangas».

Directivos y encargados en Massó

En la posguerra la escasez de sardina y el nuevo régimen establecido en España, que era intervencionista en la política de precios y limitaba los beneficios empresariales, obligaron a Gaspar Massó a tomar medidas y en los años 60 tuvo que reestructurar la empresa, con ayuda de sus hermanos. Decide abandonar la elaboración de envases e integrarse en la sociedad francesa que se instala en Vigo. Se implantó el sistema Bedaux que consigue una mayor productividad de las fábricas; mejores condiciones de trabajo para trabajadores/as al pertenecer a una gran empresa que apostó por la alfabetización de los mismos. Fue una época de bonanza económica que aprovechó Massó. En esta época asume la gestión de la conservera la cuarta generación de los Massó y empiezan a surgir desavenencias entre los primos.

A partir de los años setenta la situación cambia para la empresa Massó. La industria conservera siente diferentes condicionantes: restricciones externas, políticas bancarias restrictivas, factores sociales y la crisis del petróleo (1973). Que también dañaron seriamente a la empresa Massó, bajó tanto la pesca como la producción de latas.
Con la entrada en la CENE y la demanda externa pudieron experimentar un aumento en las ventas que permanecieron estables en los años 80. Pero, esta década de los 80 dejó mermada la empresa por los problemas con los sistemas de pagos de los clientes mediante letras y el crédito de los bancos. A esta situación se une la crisis del aceite de colza (con los envenenamientos por la venta fraudulenta del aceite desnaturalizado) que fue un detonante para la quiebra de la factoría. De 1988 a 1990 la empresa pasó a facturar casi la mitad de dinero: de 5.700 millones de pesetas (34,3 millones de euros) a 3.100 (18,6 millones de euros).

La Xunta trazó en 1993 el primer intento de reflotación con un crédito sindicado y con la compra del material que hoy en día conforma el Museo Massó de Bueu, pero esto no fue suficiente. La factoría buenense fue la primera en desaparecer y la de Cangas sufrió una jubilación anticipada de sus trabajadores para reducir plantilla y a la espera de encontrar un comprador que nunca apareció. Lo que provocó en 1995 el cese de la producción en Cangas, cerrándose un gran episodio de la historia industrial de Galicia y de la que hoy en día solo quedan como recuerdo.

Actualmente, la fábrica de Cangas y sus instalaciones anexas están en un estado de conservación realmente malo, de total abandono y deteriorada. Está incluida en el Plan Nacional de Patrimonio Industrial, pertenece a Abanca, que asumió las deudas de la promotora Marina Atlántica.

Los expertos en arquitectura destacan del uso de hormigón armado y acero roblonado en su estructura, con influencias del modernismo y racionalismo en su planteamiento. La gran torre sobresaliente y la enorme cristalera lateral siguen en estado lamentable.

Mientras que de la fábrica de Massó en Bueu solo se conserva su chimenea y una nave restaurada, en uso para museo.

Visita el blog realizado por los alumnos

La información recogida en este reportaje se centralizó en un blog realizado por los alumnos. Pincha aquí para consultarlo.

«Era una empresa demasiado buena. Yo creo que no las hay tan buenas ahora»

Concepción Villar Soliño es una de las miles de mujeres que trabajaron en la conservera Massó, etapa que recuerda con muchísimo cariño.

—¿En qué año empezó a trabajar en Massó y qué edad tenía?

—En 1960, con trece años, empecé en una fábrica de conserva también de Cangas llamada Hermanos Eiroa. A los catorce pasé a Massó.

—¿En qué sección? ¿Podría describirnos un poco en qué consistía su trabajo?

—En Massó como era una «rapariga nova» trabajaba dando servicio a las trabajadoras mayores que estaban enlatando. Cuando las obreras terminaban el plato de anchoa, las rapazas les llenábamos otra vez el plato. Ellas rascaban la anchoa que venía de la salmuera con un estropajo de cuerda o con red.

Concepción, primera por la derecha, en su época de trabajadora de Massó

—¿Cuáles eran los principales productos que elaboraban?

—Trabajábamos de todo: angula, mejillón (al natural y en escabeche), almeja (cocida al vapor y enlatada sin concha), longueirón, bonito, anchoa, choco, pulpo y ballena.

—¿Sabe cuál era el mercado de su venta?

—Exactamente no sé. Sé que iba para fuera, por China y todos lados.

—¿Cómo era el ambiente de trabajo?

—El ambiente de trabajo era maravilloso. ¡Ojalá pudiese volver a ese tiempo!. Las compañeras estábamos muy unidas, incluso después salíamos de paseo juntas. Era un ambiente formidable.

—¿Considera que en la fábrica se cuidaba el bienestar de los trabajadores?

—Recuerdo un amo que se llamaba don Fernando (que era muy guapo). Una vez que yo acababa de entrar que era nueva, él me vio comer un trozo de pan y yo al verlo a él tiré rápido el trozo de pan a la basura y entonces él vino, se acercó, y me dijo: «Que sea la última vez que tira el pan de la boca, usted viene aquí para trabajar y ganar su pan con esfuerzo, así que no vuelva a tirar el pan porque cuesta dinero». No fue una regañina, fueron palabras cariñosas que le agradecí mucho.

—En la Massó había médico, asistente social, sala de lactancia,…. ¿Recuerda hacer uso de algún servicio de los que ofreciesen allí?

—Había de todo eso y mucho más. Íbamos todos los años a hacer una revisión y un análisis para ver cómo estábamos de salud (se hacían en la clínica que había en la planta superior). En la guardería estaban los hijos de las propias obreras, desde recién nacidos hasta edad escolar. Incluso comían allí y los que estaban a lactancia materna les dejaban salir a sus madres cada dos o tres horas para dar de mamar a la criatura. Había un comedor que tenía cocineras que nos cocinaban nuestros propios alimentos crudos que llevábamos las trabajadoras en un cesto desde nuestra casa. Y las que ya llevábamos la comida hecha nos la calentaban en una cocina industrial de hierro. Cuando salíamos de trabajar no íbamos para casa oliendo a pescado. Teníamos duchas donde sacábamos el uniforme, nos duchábamos y poníamos nuestra ropa limpia.

—¿Le parecía una buena empresa para los tiempos que corrían?

—Una empresa demasiado buena. Yo creo que no las hay tan buenas en los tiempos de ahora.

—¿Cómo eran los sueldos medios de un trabajador/a allí? ¿La paga era equitativa a las horas trabajadas?

—Empecé ganando 17 pesetas a la semana. Para ganar 500 tenía que velar muchas horas y trabajar a lo mejor los domingos. Eso sí, los domingos que tocaba trabajar teníamos misa. Venía el cura de Darbo a un altar que se ponía en las plantas de oficina.

—¿Qué diferencia había en los puestos de trabajo de los hombres y las mujeres?

—Los hombres andaban más con palés y tractores a llevar la maga de pescado. También se ponían a descabezar bonito para moler en los molinos para harina. Los trabajos del hombre eran  más pesados. También había hombres mecánicos y encargados del mantenimiento. Las mujeres cuando nos tocaba empacar latas teníamos que estar sentadas, pero para desconchar mejillón y almeja estábamos de pie. Todo dependía del trabajo que tuviésemos, según la temporada. El trabajo más pesado de la mujer era cortar la sardina en una máquina porque había que estar de pie todo el día, a menos que estuvieses embarazada, que podías no acudir a ese puesto.

—¿Qué jornada laboral tenía? ¿Era siempre en el mismo turno o iban rotando?

—Al principio era una jornada de 8.00 horas a 12.30 horas y de 14.00 horas hasta las 18.30 horas, aunque muchas veces velábamos hasta las ocho. Luego vino la jornada intensiva y yo cogí el turno de tarde.

—¿Cree que está industria ayudó a la economía de la comarca?

—Madre mía. ¡Quién le diera ahora! Era una riqueza para el pueblo general y el contorno. Massó mató mucha hambre.

—¿Había muchas ofertas de trabajo?

—Había fábricas pequeñas, pero como Massó ninguna.

—¿En qué sectores?

—En Cangas solo recuerdo en el mar y en la conserva. No recuerdo otros trabajos.

—¿Los obreros llegaban a conocer a los gerentes de la fábrica?

—Sí, don Jaime Massó nos visitaba todos los días. don Gaspar Massó y don Fernando venían de tarde en tarde, pero sus hijos venían con más frecuencia. Cuando había regatas de vela venía toda la familia y eran muchísimos. Comían allí todos y a mí en alguna ocasión me tocó servirles la comida. La encargada pedía voluntarias para ir ese día de ayudantes de servicio y pagaban muy bien, hasta nos daban regalos.

—¿Tenía algún beneficio ser trabajador de la empresa Massó?

—Sí. Si hacíamos más del tope de producción nos daban más dinero, le llamábamos o marrajo. Aunque eso sí, a veces, cuando trabajábamos muy rápido, nos venía el pedido de vuelta, sobre todo en la anchoa cuando no se limpiaba bien del todo por las prisas.

—¿Había más gente de su familia trabajando en la fábrica?

—Sí, mi hermana, que limpiaba las oficinas. Y también tenía una prima que trabajaba conmigo.

—¿Recuerda alguna anécdota?

—De cuando empecé recuerdo que las niñas no estábamos aseguradas y cuando llegaba una inspección o nos mandaban no asistir al trabajo o nos llevaban a limpiar lejos de donde estaban trabajando las operarias. También de alguna vez queríamos salir antes para ir a la fiesta y los encargados no nos dejaban. Pero cuando eran las fiestas patronales en Cangas, íbamos para el trabajo pero no llegábamos a entrar, quedábamos a dormir en los vestuarios. Y al no picar el cartón no podían salir a buscarnos. Otra anécdota sucedió en época de fiestas de Cangas que había trabajo en la ballena y estábamos en la verbena y por el altavoz de la orquesta, el encargado nos llamaba para decirnos que todas las trabajadoras de Massó se tendrían que presentar a las nueve de la mañana en su puesto de trabajo. También recuerdo que cuando murió Franco nos dieran el día libre y para nosotras fuera una alegría. Y… los días calurosos de verano que comíamos en el comedor como nos sobraba tiempo, íbamos a la playa de allí mismo, y cuando oíamos la sirena corríamos en bañador para el vestuario para vestir el mandilón a toda prisa y presentarnos en nuestro puesto. ¡Qué bien lo pasábamos! Podría estar contando anécdotas durante horas. Es hacer memoria y venir muchísimos momentos a mi mente, de los más bonitos de mi vida.

Regreso al pasado en el museo Massó de Bueu

En la sala superior se pueden visualizar objetos personales de la familia Massó, así como material de navegación (cartas, astrolabios, un atlas de siglo II, decretos de regulación marítima firmados por Felipe II…) y réplicas de importantes navíos de guerra de los siglos XVI y XVII o barcos autóctonos de O Morrazo. Incluso se puede ver una estatua de san Telmo (patrón de los marineros).

En la sala de la planta baja se pueden ver fotos de la fábrica por dentro, diferentes máquinas que utilizaban para salazón y conserva e incluso varios tipos de latas de la conserva, pudiendo observar cómo se preocupaban ya por todo el tema del etiquetado y publicidad. En esta sala también se encuentra una sala de médico que tenían en la fábrica para atender a sus empleados, con materiales e instrumentos de la época, llamando mucho la atención, una silla de matrona, lo que hace pensar al visitante que ya contaban con revisiones ginecológicas las trabajadoras en el propio centro de trabajo.

También se puede visitar una sala dedicada a las ballenas y su captura, que posee paneles informativos de los tipos de ballenas y productos que se comercializaban a partir de las mismas. Se pueden ver de cerca dientes y barbas de dicho animal. Estas últimas empleadas en el la fabricación de varillas de paraguas y sombrillas y ballenas de corsetería.

Sin duda, un museo que vale la pena visitar en un pueblo con encanto marinero.

 

 

 

«Como había necesidad, nos adaptábamos a lo que hubiese. Se trabajaban demasiadas horas»

Carmen Villar Casás trabajó muchos años en Massó, un período del que guarda muy buenos recuerdos.

—¿En qué año empezó a trabajar en Massó y qué edad tenía?

—En 1966 a los 14 años, en la fábrica de Cangas.

—¿En qué sección trabajaba? ¿Podría describirnos en qué consistía su trabajo?

—En los canales cortaba sardina, después, alrededor del año 74, me enviaron a las máquinas que empacaban bonito.

—¿Cómo era el ambiente de trabajo?

—Era muy bueno. Trabajamos a gusto y había mucho compañerismo.

—¿Tiene buenos recuerdos del trabajo allí?

—Muy buenos: el domingo tenían misa y era además un descanso. Además nos lo pasábamos muy bien a la salida de misa. Por la tarde, a la salida de la fábrica, a pesar del cansancio, nos íbamos en verano a la playa.

—En  Massó había médico, asistente social, sala de lactancia,…. ¿Recuerda hacer uso de algún servicio de los que ofreciesen allí? 

—Yo fui al practicante. Me había cortado en un dedo y me hicieron allí las curas. A continuación, ya me reincorporé al trabajo.

—¿Le parecía una buena empresa para los tiempos que corrían?

—Si, porque trabajábamos felices y lo que queríamos era trabajar, aunque trabajásemos a destajo, pero queríamos trabajo y ganar dinero. La empresa nos dio la oportunidad.

—¿Cómo eran los sueldos medios de un trabajador/a allí? ¿La paga era equitativa a las horas trabajadas?

—Entre 1.000 y 2.000 pesetas. Las horas extras nos las pagaban a parte.

—¿Qué diferencia había en los puestos de trabajo de los hombres y las mujeres?

—Los hombres trabajaban en los puestos de más esfuerzo físico. Por ejemplo, aunque en la ballenera había también mujeres, ellos arrastraban las ballenas o estaban en el varadero reparando los barcos, cogiendo los paneles con las sardinas que traían los barcos pequeños y otros se dedicaban a trabajos mecánicos.

—¿Quién podía usar el servicio de guardería o de colegio que ofrecían?

—Todos los trabajadores y cualquier persona ajena a la fábrica. El colegio lo conocían por el de doña Sagrario. Yo no fui a este colegio ni llevé a mis hijas a la guardería.

—¿Qué jornada laboral tenía?¿Era siempre en el mismo turno o iban rotando?

—De 8.30 a 12.30 horas. Íbamos a comer y después volvíamos a las 14.30 y no había hora fija de salida, pero normalmente salíamos a las siete, las ocho o incluso a las diez de la noche (velábamos), según el pescado que hubiera. A la hora de comer, algunas trabajadoras de Aldán o Moaña, cómo vivían más lejos, se quedaban a comer en el comedor, y así iban más descansadas.

—¿Cree que está industria ayudó a la economía de la comarca?

—Sí, en todos los sentidos: era una cadena económica que suponía una mejora económica en todo el Morrazo.

—¿Cómo era la situación laboral por aquel entonces? ¿Había muchas ofertas de trabajo?

—Había más trabajo que ahora. Quien quería trabajar, tenía un puesto de trabajo.

—¿En qué sectores?

—Había sobre todo trabajo en las empresas conserveras.

—¿Los obreros llegaban a conocer a los gerentes de la fábrica?

—Sí. Los conocíamos pero no teníamos trato con ellos.

—¿Cuáles eran los principales productos que elaboraban?

—Sardina, anchoa, bonito, pulpo, choco, xoubiñas, mejillones…

—¿Sabe cuál era el mercado de su venta?

—El producto lo recogían los camiones para vender para fuera y para los supermercados, tiendas…

—¿Tenía algún beneficio ser trabajador de la empresa Massó?

—No que recuerde. Únicamente, si querías comprar algo en el comedor, tenías un pequeño descuento.

—¿Alguna vez se sintió explotada?

—Había de todo, pero como había necesidad, nos adaptábamos a lo que hubiese. Se trabajaban demasiadas horas. Trabajábamos también el domingo cuando había mucho trabajo.

—¿Los cargos superiores eran siempre para los hombres o hubo alguna excepción?

—Había también revisadoras de empaque que eran mujeres, pero los encargados superiores, que eran cuatro, eran hombres.

—¿Se arrepiente de haber trabajado allí?

—No, al revés.

—¿Qué cambios hubiera hecho para estar más a gusto allí?

—Que hubiese jornada intensiva desde el principio, porque al final sí hubo jornada

—¿Cómo iba hasta la fábrica?

—A pie, pero las de más lejos, en un autobús de la empresa, Aunque muchas de lejos venían también caminando.

—¿Había mucha gente de su familia trabajando en la fábrica?

—Diez: mis tías, una hermana y mi abuela.

—¿Cómo recuerda el momento del cierre de la fábrica?

—Muy mal. A partir de ahí se notó mucho el bajón económico. Hubo un sentimiento de pobreza general.

—¿Alguna anécdota de esa época?

—Había mucha unión entre todas las trabajadoras y lo pasábamos muy bien.

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