ÁLEX MARTÍN

Hay un momento, en la universidad, en que adquieres por primera vez conciencia del valor de lo que estudias y del camino por el que te puede llevar. Lo normal es que esto no suceda el primer día ni el primer mes, ni siquiera el primer año. En mi caso fue en el segundo curso, con el descubrimiento del derecho penal.

A través del derecho penal hacemos frente de manera civilizada a los actos que con más gravedad dañan a los individuos y la convivencia. La convivencia es el presupuesto del derecho y su explicación más sencilla. Pensemos en que si el planeta lo habitase una sola persona, esta podría hacer lo que le viniese en gana y no habría necesidad de normas que regulasen nada. Pero con un segundo habitante, algunas reglas serían imprescindibles, aunque solo fuese la de no pisarse uno al otro en caso de coincidir. Son esas reglas las que forman el derecho.

Hoy somos millones y el conjunto de normas que hacen posible una relación ordenada es inmenso, pero en ese conjunto hemos marcado unas líneas rojas destinadas a proteger lo más valioso: la vida, las libertades, la salud pública, nuestra intimidad o el medio ambiente, entre otros valores. A los actos de las personas que pueden ponerlos en grave peligro o dañarlos los llamamos delitos, y con todos ellos hemos formado una lista que lleva el nombre de Código Penal.

La consecuencia del delito es la pena. Cada delito lleva aparejada una pena que el juez decidirá después de celebrar un juicio y solo si considera probado el delito. La pena no solo castiga al delincuente, sino que busca que los demás, viendo lo que le pasa, nos lo pensemos dos veces antes de atravesar una de esas líneas. De entre todas las penas, la reina es la de prisión. La prisión priva de libertad al condenado mediante su reclusión forzosa en un lugar que conocemos como cárcel, a veces durante muchos años. No todos los delitos acarrean prisión. Los hay que en lugar de privar de libertad privan de otras cosas, como del carné de conducir o de un cargo público, y aun otros, muchos, en los que la pena es una multa.

Tampoco las penas de prisión duran todas lo mismo. Aunque todas las conductas recogidas en el código son graves, no lo son por igual. La prisión puede llegar hasta los treinta años e incluso declararse permanente, sin límite, aunque sujeta a revisión. Son la respuesta más severa de que dispone la sociedad en su defensa, y están reservadas a hechos terribles que mejor es no describir. Estudiándolo tuve la sensación adentrarme en algo importante, que despejó un camino que aún hoy sigue abierto.

 


Álex Martín es abogado.

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