ANA ABELENDA
No hay como la primavera vez. Algo así pensaba mi abuela, que nació un abril más cruel que cualquier poeta. «Non hai como o primeiro amor», decía. Tampoco como la primera vez que te dejan. En mi caso, sonaba el We are the champions. Épico.
Hay mucha literatura en torno a la primavera, que la luz dispara, el sueño quita, la nariz atasca y la sangre altera. Hay una relación entre la primavera y las primeras veces que no es solo fonética. Por algo esta es la estación del lenguaje nuevo, donde ninguna flor, ningún amor ni ningún dolor o desconsuelo se queda para siempre. Diente de león, ley de vida de la belleza. Ser madre en invierno es una primavera. Dar a luz en primavera es redundancia.
Hay cosas que siempre suceden por primavera vez. Lo especial nunca es un cromo repetido. No se repite un beso, un viaje, un amor, un hijo, una pérdida. La primera vez que te bañas en el mar, ¡la primera vez que comes arena!, la primera vez que te rompes la pierna, la primera vez que amas a fuego, la primera vez que vas a un concierto (Pisando fuerte, 1991). ¿Qué otras primeras veces nos quedan?
No nos cansamos (del todo) de estrenar primaveras. Cada una es la primera. ¡Nadie se baña dos veces en el mismo río! Por más que tropecemos dos veces en la misma piedra… No lees dos veces el mismo libro. No sientes lo mismo en cada abrazo. Hay cosas que siempre suceden por primera vez. Y salen mejor a la tercera. O a la sexta…