José A. Ponte far
Jorge Luis Borges (1899-1986) es una figura de la literatura mundial. Y con la suerte, para nosotros, de que escribió en castellano, por lo que podemos leerlo directamente, sin traducciones. Se quedó ciego (como Homero, como su padre, como su abuela) en la plenitud de su vida intelectual y quizá fue esa trágica ceguera lo que lo dotó de una capacidad especial para entender la vida como una ficción, como un sueño, como un laberinto de libros y sentencias de contenido filosófico. Borges ocupa un lugar de privilegio en la literatura universal por sus relatos breves, pero también por su obra poética y ensayística.
No necesitó escribir ninguna gran novela para su unánime reconocimiento como escritor, a pesar de que nunca le fuera concedido el Premio Nobel de Literatura, debido más a connotaciones de tipo político que a su falta de méritos literarios. No tuvo suerte Borges con las distinciones y reconocimientos. Prueba de eso es que en 1979 se le concedió en España el Premio Cervantes, pero compartido con Gerardo Diego, que, sin restarle méritos al poeta santanderino, no alcanzaba la categoría literaria suficiente para compartir el premio con el argentino.
Borges nació en Buenos Aires. Su padre era profesor de inglés y con él aprendió este idioma, lo que tuvo una enorme importancia en su formación intelectual. Desde 1914 recorre con sus padres varios países europeos. Esta experiencia le sirve para entrar en contacto con los movimientos vanguardistas. Desde 1918 a 1921 vive en España y conoce a los más importantes escritores españoles. Al cabo de esos tres años regresa a Buenos Aires, donde comienza una larga actividad literaria. La muerte de su padre, en 1938, supone que Borges tenga que ponerse a trabajar y lo hace como bibliotecario en Buenos Aires. Pero comienza a tener problemas con la vista y necesitará ayuda para escribir. En 1948 llega Perón al Gobierno y este cambio no será nada favorable para Borges, que se convierte en opositor destacado. El Gobierno lo apartó de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados de la capital. El escritor, ya ciego, renuncia al cargo y se dedica a escribir y a pronunciar conferencias. Su prestigio va en aumento y, cuando en 1955 cae el peronismo, es nombrado director de la Biblioteca Nacional e ingresa en la Academia Argentina de las Letras.
Borges es, sin duda, uno de los grandes de la literatura universal del siglo XX. Su influencia en las generaciones posteriores es enorme. Su mundo narrativo se sustenta sobre la lectura de libros, sobre una cultura libresca extraordinaria que le va a facilitar la creación de argumentos de gran atractivo intelectual por su combinación de fantasía y racionalidad. Y todo eso expresado en una prosa transparente, desnuda de artificios, pero sugestiva.
En 1935 aparece Historia universal de la infamia, que incluye uno de sus cuentos más famosos, El hombre de la esquina rosada. Sus libros Ficciones (1944), El aleph (1949) y El Hacedor (1960) recogen los relatos que tuvieron mayor proyección. El informe de Brodie (1970), El Congreso (1971), El libro de arena (1975) no hicieron más que consolidar su prestigio como escritor de relatos cortos. A pesar de la nutridísima bibliografía de Borges, podría decirse de él lo que de muy pocos escritores: que esencialmente es el autor de un solo libro, del que fue haciendo entrega de distintas versiones. Distintos frutos del mismo árbol, como se puede comprobar en sus Obras completas.