JOSÉ A. PONTE FAR
«Valle-Inclán, una figura que no tiene equivalente desde Quevedo», afirmó el gran investigador Zamora Vicente. Y es opinión generalizada que fue el escritor más extraño, personal, desmesurado, heterodoxo y sorprendente de todos los de su generación. Sin duda, uno de los mejores prosistas del siglo XX.

Su producción literaria es enorme, pues escribió poesía, novela, teatro, crónicas periodísticas... Escritor dedicado en cuerpo y alma a la creación literaria. A lo largo de su trayectoria fue cambiando su forma de entender la literatura a medida que iba también modificando su manera de entender la vida. Por eso se habla de varias etapas en la producción literaria de Valle-Inclán: una primera modernista, en la que utiliza un lenguaje muy cuidado, sonoro, amable, rico en adjetivos y en descripciones cromáticas. Es la época de las Sonatas: las de Otoño, Estío, Primavera e Invierno, publicadas, respectivamente en 1902, 1903, 1904 y 1905. Una segunda en la que escribe principalmente teatro, en la que su lenguaje se adapta a este género literario, volviéndose más directo, desgarrado y esquemático, con unas acotaciones de una calidad literaria difícil de igualar. Es la época de Las comedias bárbaras: Águila de blasón, Romance de lobos y Cara de Plata (1907, 1908, 1922, respectivamente). Y una tercera etapa, que sería la de los esperpentos: una crítica caricaturizada de la España de la época de Isabel II y del primer tercio del siglo XX. Entre estas obras esperpénticas yo destacaría dos teatrales: Divinas palabras (1919) y Luces de bohemia (1920). A esta clasificación habría que adjuntarle una aclaración: ya desde el principio, en Valle hay unos rasgos estilísticos y temáticos que se fueron haciendo más intensos y evidentes a medida que iban pasando los años. Se fueron intensificando.

En todo caso y según lo expuesto, de la primera etapa yo recomendaría, sin ninguna duda, la lectura de la Sonata de otoño, en la que Valle-Inclán nos relata un episodio amoroso del marqués de Bradomín, el personaje que protagoniza las cuatro novelas. Un don Juan atípico, «feo, católico y sentimental», representante de un mundo galante en trance ya de desaparición. La novela transcurre en un pazo con sus fachadas heráldicas y viejos jardines, en un clima otoñal suave, ambientado con amables paisajes, molinos y castaños. Galicia está presente con todos sus atributos.

De las Comedias bárbaras, mi recomendada es la segunda, Romance de lobos, en la que, con un realismo crudo y dramático, Valle-Inclán retrata ese mundo tan gallego del que se considera el último testigo. Realmente es el historiador de una época que se acabó con él. Aquellos hidalgos despóticos, clérigos, mendigos, criados, escribanos, alcahuetes quedaron inmortalizados en estas Comedias bárbaras, de las cuales mi favorita es la ya indicada.

Y de la tercera nadie debe perderse las dos joyas mencionadas, Divinas palabras y Luces de bohemia. En la primera vuelve a una Galicia pícara y supersticiosa, en un dibujo ya expresionista, muy próximo al esperpento, técnica que se consumará en la segunda, que es el retrato caricaturesco de una España pobre y decadente. El único personaje con criterio y luces de entendimiento era un ciego, el gran Máximo Estrella.


José A. Ponte Far es escritor y profesor de instituto jubilado.

Compartir en Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en WhatsApp

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies