SARA CABRERO
Seguro que ya estás habituado estos días a encontrarte con palabras como ómicron o delta. Es la forma con la que las autoridades sanitarias han decidido bautizar las diferentes variantes del coronavirus. Pero ¿sabías que estos nombres corresponden a letras del alfabeto griego?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió hace unos meses —en mayo del 2021— renombrar las distintas variantes del covid con el alfabeto de nuestros antepasados. ¿La razón? Tratar de simplificar las complicadas denominaciones alfanuméricas a las que nos tenían acostumbrados durante los primeros coletazos de la pandemia. Seguro que muchos no se acuerdan, pero no era raro toparse con combinaciones como B.1351 o 20H/501Y.V2. «Aunque tiene sus ventajas, estos nombres científicos pueden ser difíciles de pronunciar y recordar», resumió la OMS.
Ante la imposibilidad de repetir dichas fórmulas, la autoridad sanitaria decidió tomar medidas. Así, las cuatro variantes del virus consideradas más preocupantes recibieron una nueva nomenclatura. Hasta la fecha eran conocidas como la del Reino Unido, la de Sudáfrica, la de Brasil o la de la India, en referencia a los lugares en los que habían sido detectadas por primera vez. Pero eso cambió. Y ahora reciben las letras alfa, beta, gamma y delta, según el orden en el que han sido detectadas. Antes de optar por este nuevo sistema, sobre la mesa de la OMS se pusieron un sinfín de posibilidades. Entre ellas, se barajó como posible método los nombres de dioses griegos o algunos inventados. También se estudió, como posibilidad, nombrarlas como VOC1, VOC2… Pero este extremo se descartó al considerar que podía parecerse a una palabra grosera en inglés.
¿Y por qué no mantener el nombre del lugar en el que se cree que surgió? De hecho, apuntan los expertos, el virus del ébola recibió su nombre por el río congoleño en el que se cree que surgió. Pero la realidad es que esta opción puede acabar siendo perjudicial para algunos países y, de hecho, no es del todo exacto. No tenemos que viajar muy lejos para encontrar un buen ejemplo de ello. Porque en el año 1918 se decidió bautizar como gripe española una enfermedad de la que poco se sabe sobre su origen: «Ningún país debe ser estigmatizado por detectar y notificar variantes», resumieron desde la OMS.
Por eso se decidió que la mejor opción era la del alfabeto griego. Con algunas excepciones. Descartaron usar dos de las letras: ni, porque podía confundir con la palabra inglesa new; y xi, porque es un apellido muy común en China, incluso lo tiene su presidente, Xi Jinping (en China el apellido se pone antes del nombre).
El problema de este sistema es que no es infinito. Cuando se acaben las letras —ya no quedan muchas— habrá que buscar otro mecanismo. Ya trabajan en ello. Podrían volver a empezar de nuevo por alfa, añadiendo un segundo carácter numérico, o bien optar por una nomenclatura diferente. También están considerando la posibilidad de ponerles nombres de constelaciones de estrellas.