- Amílcar Castro
- Nicolás Entrambasguas
- Alberto Gundín
- Pablo Lema
- Alfonso Lobo
- Adán Silva
- Sabela Prieto, profesora de Oratoria para 3.º de ESO
En el presente año 2023, las noticias sobre violencia callejera juvenil en A Coruña se han venido sucediendo, y el 5 de febrero hubo una agresión por arma blanca en la céntrica plaza de San Pablo.
En el 2021 se registraron 26.349 infracciones penales cometidas por menores, un 29,4% más que en el año. Todas ellas fueron delitos: los de mayor incidencia fueron lesiones (33,8% del total), robos (18,2%) y amenazas (8,2%).
Aunque creció la preocupación ciudadana, los datos no indican ese aumento real en las sentencias sobre violencia juvenil. En el INE indica que, aunque la subida del 2020 al 2021 es enorme, esto se debe a que en 2020 hubo un gran retroceso debido al covid y a los múltiples confinamientos. Sin embargo, en 2021 los niveles de violencia son menores a los prepandemia.
Carlos Fernández, trabajador social, ratifica los datos del INE: «La violencia juvenil no está aumentando. Los medios de comunicación hacen un flaco favor y generan mucha alarma social, presentando casos muy graves que son hechos aislados y suponen un 1% del total, pero no representan la realidad». Las declaraciones policiales van en la misma línea: «La población suele tener una percepción distorsionada de la realidad y tiende a exagerar lo que ve en la calle. Debemos hacer una reflexión: ni todo lo que se ve es tan grave como parece, ni debemos ignorarlo. Hay que buscar un término medio, un equilibrio. La prensa y las redes sociales tampoco ayudan». Una tercera voz, la de Lorena Añón, trabajadora social, corrobora lo anterior: «No percibo violencia en la juventud, es algo residual que se contempla como un problema social. La juventud recibe violencia y ejecuta violencia, pero no creo que sea alarmante».
A pesar de que los datos estadísticos y algunas declaraciones no muestran el aumento de la violencia juvenil, existen recientes estudios que indican lo contrario. Es el caso del estudio Impacto de la Tecnología en la Adolescencia, de Unicef . Uno de sus autores, el psicólogo Antonio Rial, afirma que ha aumentado la violencia entre adolescentes: «La violencia se ha disparado en los últimos cuatro o cinco años. Si consultamos los indicadores, vemos un repunte en casi todos los subtipos: delincuencia juvenil, violencia filoparental, violencia de género, acoso escolar y violencia sexual… Tenemos datos suficientes para estar preocupados y dejar esa actitud buenista y negligente de ‘esto ha pasado siempre’».
Una de las orientadoras del IES Eusebio da Guarda percibe «una precocidad en el alumnado de 12 años: da la impresión de que algunos han llegado a la adolescencia antes de tiempo, como si se hubieran saltado varios años de infancia zambulléndose en una etapa que cronológicamente no les corresponde. En esto influye que llevan años de uso intensivo de internet (videojuegos, redes sociales, contenidos inapropiados…) sin apenas supervisión ni acompañamiento por parte de un adulto». Además, apunta, «hay cada vez menor tolerancia a la frustración y pocas habilidades para resolver positivamente los conflictos de convivencia. Esto se traduce en conductas agresivas en forma de amenazas, burlas, insultos, empujones…hasta peleas físicas, en las que los espectadores, o bien no hacen nada, o se involucran, alentando a la violencia». Y «existe una normalización de la violencia, que se justifica ”porque ella me amenazó primero” o ”yo le pegué porque él me insultó” como si esa fuera la forma adecuada para resolver un conflicto. Otras veces se intenta minimizar la importancia de un acto agresivo con el clásico “era una broma”, o “no sabía que no le gustaba”. Lo más preocupante es cuando estas justificaciones para sacarle importancia a los actos violentos vienen de las familias».
«Cuando estábamos sentadas en una plaza nos estuvieron lanzando botellas de agua»
Una estudiante de doce años, que está cursando 1.º de ESO, relata las amenazas recibidas durante este curso escolar a través de redes sociales y las agresiones sufridas: «Ayer por la tarde, al salir de clase, nos estaba esperando un chico dos años mayor que nosotras para avisarnos de que hoy su prima iba a venir a pegarnos a la salida. Él venía buscando a un compañero al que ya había pegado en más ocasiones, porque decía que había insultado a su familia. Cuando lo vio, se encaró con él, frente contra frente, insultándolo y amenazándolo con que le iba a pegar cuando lo pillara solo. Ese mismo día, un grupo de chicas vinieron buscando a una compañera de segundo, la acorralaron entre unas diez personas y la empezaron a insultar diciéndole cosas como “te vamos a romper las patas, gilipollas”. Nos persiguieron por la calle. Nosotras escapamos y nos metimos en un supermercado para sentirnos más protegidas, pero continuaron siguiéndonos hasta que una de ellas cogió a mi amiga por los pelos, la estampó contra el suelo y le empezó a pegar, rompiéndole las gafas. Ya anteriormente habíamos recibido amenazas e insultos por redes sociales. Hace una semana, esta misma pandilla vino cuando estábamos sentadas en una plaza, nos estuvieron lanzando botellas de agua, acorralaron a una de nuestras amigas y le estuvieron escupiendo. Nos quieren pegar a todas y tenemos mucho miedo cuando vamos solas por la calle».
«Creo que, si me pasa algo y llamo a la policía, no me harán caso y pensarán que es una broma»
Al indagar acerca de la motivación de estas agresiones, cuenta que ocurren por desencuentros juveniles o amorosos. Además, todas las amenazas tienen lugar por redes sociales, lo que provoca una sensación de angustia y de no poder escapar ni desconectar de los problemas: «Nos escriben por Instagram, nos preguntan a qué hora salimos de clase, nos dicen que van a venir a por nosotras un día tras otro, que vamos a tener una sorpresa a la salida, aparecen en nuestro instituto y vivimos en un continuo estado de nerviosismo». Al preguntarle cómo se siente, afirma: «Antes me daba miedo ir sola de noche por la calle, pero ahora tengo miedo incluso a estar de día por los lugares que más frecuento. Siempre voy con mis amigas por precaución. Como yo vivo más lejos, continúo mi camino hablando por teléfono con mi madre. Creo que, si me pasa algo y llamo a la policía, no me harán caso y pensarán que es una broma. Solo tenemos doce años y este miedo no debería estar presente en nuestras vidas».
Una paliza por no jugar al fútbol
Un joven de 14 años cuenta que estaba jugando al fútbol con sus amigos cuando se acercó un grupo grande de personas y preguntaron si podían jugar. Cuando este se negó, lo rodearon más de veinte jóvenes de unos 16 o 17 años, lo tiraron al suelo y le pegaron entre todos. Mientras esto ocurría, un amigo los intentó separar, pero también le pegaron a él: «En esos momentos estaba muy enfadado. Me rompieron la camiseta y me di un golpe en el codo. No los conocía ni los volví a ver». Tras la agresión, volvió al lugar de los hechos con sus padres para identificar a los agresores y denunciar lo ocurrido: «Aunque la denuncia no tuvo repercusión, la policía hizo bien su trabajo y estuvieron buscando durante mucho tiempo a los culpables». Las siguientes semanas, sus padres le pidieron que no acudiera al lugar, pues tenían miedo a que se repitiera el ataque: «Mis padres me aconsejaron que si me cruzaba con alguno de esa pandilla y veía que cogía el teléfono para avisar al resto, me marchara inmediatamente».
Pero no solo hay con casos de violencia callejera ocasional entre menores, sino que están en auge las humillaciones públicas y su difusión en redes sociales. Estas situaciones son difíciles de olvidar, pues los vídeos acaban llegando a las amistades de las víctimas, a sus compañeros de estudios o de equipos deportivos, y a toda la juventud de la ciudad, convirtiéndolos en episodios muy traumáticos.
Un alumno de doce años cuenta lo que le pasó: «Se me acercaron dos chicos y me dijeron que bajara en la próxima parada. Yo bajé para ver qué pasaba y aparecieron cinco más. Empezaron a insultarme y a amenazarme con que me iban a dar una paliza y con que mañana volverían a buscarme para pegarme de nuevo. Entonces, mientras me rodeaban entre siete y me gritaban, me obligaron a arrodillarme y a humillarme mientras lo grababan todo, para evitar los golpes. Hay gente de mi entorno que tiene este vídeo. Ahora tengo miedo de haber quedado como una persona débil y de que venga más gente a buscarme para pegarme. Tengo muchísimo miedo. Veo que este problema es grave y no tengo protección, porque mis padres no pueden acompañarme en mis desplazamientos habituales».
En la misma línea de amenazas, humillaciones y grabaciones difundidas en redes, una joven de 13 años explica su experiencia: «Iba caminando con mis amigas cuando se me acercó una chica un año mayor, acompañada de cuatro chicos mayores, y me dijo que quería hablar conmigo a solas. Yo le dije que no, aunque ella me amenazó con meterme una hostia [sic]. Un rato después, mientras estaba sentada, charlando con mis amigas, apareció ella corriendo, acompañada por ocho chicas mayores, con intención de pegarme, señalándome y diciendo: “Es esa, es esa”. Yo me agaché y ella decía “mírame a la cara ¿es que no tienes cojones [sic]?”. Cuando levanté la vista, vi que estaba rodeada por un centenar de personas. Cada vez que me levantaba para intentar huir, ella me empujaba, una y otra vez, hasta que me hizo una herida en la zona lumbar. Todas sus amigas estaban insultándome e intentando quitarme un lazo que yo llevaba en la cabeza: “Ahí está la zorra [sic]. Vamos a por ella”. Mientras me tenían acorralada, insultándome y empujándome, alguien lo estaba grabando todo con su teléfono. Mucha gente ha visto el vídeo de mi agresión, incluso mis compañeros de clase. Desde ese día, recibo mensajes de amenaza a través de las redes sociales, diciéndome que, si denuncio, van a venir a pegarme». La víctima no ha querido denunciar: «Prefiero no decir nada, quiero olvidarlo».
«Aunque he vivido toda mi vida en España, los comentarios racistas han hecho que me haya sentido rechazado»
Sobre estas agrupaciones de menores, la policía sostiene: «Siempre pensamos en una banda llena de gente de pocos recursos, de barrios marginales, pero nosotros como país tenemos las herramientas para impartir cultura, educación y normas». Y el agente pone un ejemplo del procedimiento que siguen estas bandas para captar adeptos y tener a los menores entre sus filas: «Los inmigrantes de primera generación vienen a trabajar, son gente humilde y trabajadora que se gana su dinero honradamente. Sus hijos observan cómo sus padres trabajan mucho solo para pagar facturas, pero no llegan a comprarles ropa o zapatillas de marca. Pero llega un chaval de un barrio marginal y les ofrece que en una semana tendrán los lujos que buscan si se meten en su banda. No hay más que ir a unas canchas públicas y cobrar entrada a los chavales que vayan a jugar. Así, el nuevo integrante piensa: ”estos son mi familia, los de mi nacionalidad, los de mi raza, con mi color de piel”. Vemos que integrarse en una banda es muy sencillo. Lo difícil es salir».
Tres adolescentes hijos inmigrantes cuentan su experiencia. El primero nació en Ecuador pero, con cuatro meses, se desplazó a Coruña. Ahora tiene 13 años y cursa primero de la ESO. Todos sus amigos son latinos o marroquíes: «Como la mayoría de los jóvenes, busco amigos que tengan gustos en común conmigo. Me siento más arropado por ellos. Nosotros mostramos más empatía cuando llega alguien de fuera y nos preocupamos por él». En cuanto a los actos violentos, declara que nunca ha sufrido agresiones, pero sí muchos insultos y comentarios racistas: «En el colegio me insultaban por mi color de piel, me decían que volviese a mi país, que parecía gitano, que era pobre, que no tenía ni para comida y cosas de ese estilo. En esos momentos me hacían sentir muy mal y me sentía rechazado, pero aprendí a ignorarlos y a conseguir que no me afecten esos comentarios». «Aunque he vivido toda mi vida en España, los comentarios racistas han hecho que me haya sentido rechazado, por lo que tiendo a juntarme con chicos que han sufrido lo mismo que yo».

La imagen es una dramatización hecha por los propios autores del reportaje
El segundo menor inmigrante ha sido acusado de pertenecer a una banda porque el día 5 de febrero estaba presente cuando tuvo lugar la agresión más mediática. Tiene 13 años, su familia proviene de Marruecos y lleva más de diez años en A Coruña. Sus mejores amigos son marroquíes: «Creo que los inmigrantes nos llevamos mejor entre nosotros. Todos hemos pasado por lo mismo. Juntos nos sentimos una familia, como en casa». Pertenece a un grupo de amigos marroquíes con edades comprendidas entre los 13 y los 16 años, que se conocen desde pequeños, y nunca han sufrido problemas de violencia: «A nosotros nos tienen miedo. Vamos con un chico de dos metros. Imponemos respeto». Hay rumores que dicen que llevan armas, pero él lo niega: «No me gusta que digan que llevamos armas, porque es mentira». Cuando ocurrió el ataque con arma blanca en San Pablo, él fue acusado injustamente de pertenecer a esa banda: «Es mentira. Me da igual que digan eso, pero no es cierto». A pesar de los bulos que lo rodean, afirma que nunca ha sentido rechazo por parte de jóvenes coruñeses.
El tercer testigo ha llegado recientemente a Coruña y ya ha sido acusado de pertenecer a bandas violentas. Declara haber recibido comentarios racistas: «Me preguntan si traigo drogas de Colombia». Cuando ocurrió el famoso apuñalamiento de febrero, este joven estaba presente y, desde entonces, lo relacionan con estos grupos violentos: «En una plaza apuñalaron a un chico. Son gente que busca problemas y yo no los conozco. La policía me llamó para declarar, aunque yo no sé quién le facilitó mis datos. Desde entonces, mucha gente me pregunta si yo ando en bandas y esto me parece mal, porque es una mentira. Al ser colombiano creen que todos somos violentos: es una actitud muy racista».
«La conciliación no existe. Los padres no tienen tiempo para estar con sus hijos»
Para comprender las causas y la evolución de la violencia juvenil, Leticia Balado, trabajadora social con dieciocho años de profesión, explica: «La conciliación no existe. Los padres no tienen tiempo para estar con sus hijos, para educarlos, criarlos y controlar todo lo que ven, pues lo que consumen en redes sociales les sirve de modelo. El nivel de violencia es extremo. Hablamos de chavales que con 12 o 13 años les dan palizas a sus iguales. ¿Qué hay detrás? La falta de tiempo, la falta de control y, en muchos casos, la violencia intrafamiliar, que funciona de ejemplo. Dónde tú nazcas va a condicionar quién eres tú; no existe la igualdad de oportunidades. Muchos chavales violentos crecen en un ambiente en el que ya ha habido problemas de violencia, de falta de atención, de no estar correctamente estimulados…porque ahora los adolescentes están sometidos a miles de estímulos, pero en la mayoría de los casos, negativos».
También la policía muestra como factor determinante en esta violencia la ausencia de las familias, aunque creen la responsabilidad es de toda la sociedad: «Los adultos somos responsables de la formación de los menores para ofrecerles directrices y servirles como modelo pues, si no estamos disponibles, tomarán como referentes a sus iguales. No podemos cargar a las familias con toda la responsabilidad, pues encontramos muy a menudo el caso de padres que trabajan de sol a sol y no tienen tiempo para dedicarle a su hijo. Estas figuras paternas ausentes fomentan que el menor pase demasiado tiempo con sus amigos en la calle».
Leticia Balado cree que la pandemia ha sido un posible desencadenante: «El covid ha hecho estragos. Muchos críos se han vuelto más introvertidos y solo saben relacionarse a través de las redes sociales. En definitiva, en Servicios Sociales han aumentado muchísimo tanto los casos de menores violentos como los casos derivados al programa de educación familiar, donde los educadores sociales trabajan en profundidad con los chavales».
Lorena Añón, también trabajadora social, cree que el asunto se debe a una combinación de factores: «No hay un único factor, sino varios que se interrelacionan, de ahí que considere que es fundamental educar, sensibilizar, concienciar, trabajar la empatía, las relaciones sanas e igualitarias. Las tecnologías de la información y la comunicación también juegan un papel clave: el anonimato de las redes sociales, la pornografía o los videojuegos violentos son factores de riesgo».
También Carlos Fernández incide en que «hay ciertos tipos de violencia que se están ejerciendo a edades más tempranas a causa del acceso temprano a la pornografía, los videojuegos o las redes sociales, tres ámbitos que tienen en común la carencia de empatía: en la pornografía, la mujer tiene el papel de objeto de deseo totalmente sumiso; en los videojuegos violentos, tanto en el propio juego como en la comunicación que mantienen durante el juego encontramos mucha agresividad y no perciben el daño que ocasionan en el otro; y esto ocurre también en las redes sociales, donde publican comentarios hirientes».
La trampa de las redes sociales y la necesidad de «likes»

La imagen es una dramatización hecha por los propios autores del reportaje
La exposición en redes, la necesidad de agradar y de conseguir likes forma parte de nuestra autoestima. Los adolescentes tienen tanto una identidad real como una identidad digital, e intenta intervenir en ambas. El agente de policía consultado apunta al riesgo de las redes sociales: «Difunden muchos vídeos que banalizan la violencia. De aquí surge la conducta imitativa: soy un lobo y vengo con mis amigos y te pego porque me apetece. Esto se agrava cuando la prensa, la televisión o internet dan tanto bombo a la violencia, porque los jóvenes están en plena etapa de aprendizaje y formación, en la que necesitan estar expuestos a modelos positivos».
Carlos Fernández resume las causas: «Son multifactoriales. Hay factores personales, como las experiencias vividas; familiares, pues muchos adolescentes han sido víctimas de agresiones tanto por acción como por omisión; también influye tu red social, tus amistades, los grupos con los que compartas tu tiempo, los videojuegos o las series. Necesitamos activar factores protectores que equilibren la situación».