FERNANDO PARIENTE
El Camino de Santiago tiene su propia y particular historia que se fue creando a base de leyendas. Una leyenda es un relato que nos cuenta unos acontecimientos como si hubiesen ocurrido realmente, pero cuya veracidad no se puede comprobar. En los hechos recientes necesitamos el testimonio oral, escrito, en imagen o del modo que sea, de los testigos que lo presenciaron. En los acontecimientos lejanos necesitamos las pruebas que perduran en el tiempo en forma de restos arqueológicos, documentos escritos, monumentos… Pero las leyendas son historias que han pasado de boca en boca pero que carecen del respaldo de unas pruebas históricas convincentes.
Las leyendas no suelen tener un autor definido, Se van haciendo con el tiempo, a medida que se cuentan, porque cada narrador puede ir añadiendo algo de su cosecha y, el siguiente narrador lo incorpora o lo suprime. Las leyendas, sobre todo en sus principios, evolucionan constantemente.
La peregrinación a Compostela fue un caldo de cultivo muy fecundo para la creación de leyendas durante las largas noches medievales. Al amor de las hogueras, los peregrinos se contaban historias maravillosas que les asombraban y entretenían. Incluso había quien se especializaba en el arte de contarlas, los juglares, que crearon el Mester de juglaría y que tenían en el Camino uno de sus escenarios principales. Así surgieron los Cantares de Gesta, los romances, y, también varias leyendas localizadas en distintos lugares de la ruta jacobea.
Hay una razón que explica por que las leyendas nacen ligadas a un lugar geográfico. Los juglares que amenizaban las noches alrededor del fuego no eran romeros participantes en la peregrinación, sino profesionales, eso quiere decir «Mester», que vivían en un lugar determinado, que conocían perfectamente, y con el que estaban vitalmente comprometidos. Compartían sus historias, las de su terruño, las que ellos conocían desde niños. Los romeros pasaban, pero ellos permanecían ligados a sus raíces y entorno geográfico.
Contaban sus cosas a oyentes renovados cada día. Por eso las leyendas narraban historias ligadas a monasterios o pueblos determinados, en los que de hecho vivían los principales narradores.
Para ilustrar lo que estamos diciendo vamos a presentaros dos de las leyendas más conocidas, que se sitúan en el Camino Francés.
ACTIVIDADES
ACTIVIDAD 1. En muchos lugares existen leyendas, sobre todo en torno al origen y fundaciones de poblaciones. Investigad si en vuestro entorno se han creado también algunas leyendas y presentadlas en vuestra clase. Por ejemplo, en A Coruña hay varias leyendas sobre la fundación de la ciudad y sobre el origen del nombre de la misma.
ACTIVIDAD 2.Es una buena ocasión para conocer algo más sobre Santo Domingo de la Calzada usando Internet. Prueba aquí.

El misterio de Obanos
Al sur de Pamplona, cerca de Puente la Reina —donde confluyen el Camino que viene de Jaca, después de cruzar los Pirineos por Somport, con el que viene de Roncesvalles—, se encuentra la villa medieval de Obanos, que tiene un especial significado en la historia de las peregrinaciones a Compostela porque de ella procede una de las leyendas más famosas del Camino. Todavía en la actualidad el pueblo la recuerda con la representación teatral del famoso «misterio de Obanos» en la plaza mayor con la participación activa de sus vecinos.
Los protagonistas son dos hermanos, Felicia y Guillén, o, lo que es lo mismo, Guillermo o Gaiferos, que todo es uno. Pertenecían a la familia noble del ducado de Aquitania y eran descendientes de aquel don Gaiferos del romance, fallecido delante del altar de la catedral compostelana, a quien ya hemos presentado hace varias semanas en La Voz de la Escuela. Una de las características que puede tener una leyenda es la de aprovechar personajes y acontecimientos históricos para mezclarlos con los ficticios de forma que el conjunto parezca una historia verdadera. De hecho, Guillén aparece en nuestra historia como el duque de Aquitania en aquel momento.
Felicia, siguiendo la tradición de su familia, decidió peregrinar a Compostela y a la vuelta, llevada por el deseo de renunciar a todas las vanidades del mundo, se propuso dedicar su vida a hacer penitencia sirviendo como criada en un caserío de labranza de los alrededores de Obanos. Al enterarse de lo acontecido, el duque, su hermano, montó en cólera y decidió ir a buscarla para obligarla a regresar y contraer matrimonio con quien ya había sido destinado para ella. Los hermanos se encontraron en el campo donde Felicia trabajaba. Guillén trató de convencerla, pero Felicia no quiso ceder ni por las buenas, ni por las malas y el duque, fuera de sí, le clavó en el pecho un pequeño puñal. Felicia murió a consecuencia de la herida y su hermano contempló aterrado lo que había hecho por no saber dominar su cólera. Arrepentido y con el ánimo destrozado, enterró en el mismo campo a su hermana y se comprometió a hacer penitencia peregrinando él también a Compostela para expiar su culpa en la ruta jacobea.
No contento con esto, al regreso decidió quedarse él también junto a la tumba de su hermana. Construyó una ermita en el Alto de Arnótegui, que está próximo a Obanos, y allí se pasó el resto de sus días haciendo penitencia. La ermita dedicada al santo de su nombre todavía existe.
Andando el tiempo, de la tumba que guardaba el cuerpo de Felicia brotó un lirio blanco y las gentes del lugar lo percibieron como la señal milagrosa de la santidad de la muchacha. Desenterraron su cuerpo, que estaba incorrupto, y lo trasladaron a Labiano y allí lo conservaron. Mientras que las reliquias de Guillén se conservan en Arnótegui.
Ya en tiempos modernos, por los años sesenta del siglo pasado, el párroco del pueblo escribió un texto literario para honrar a ambos personajes y de él se derivó un texto dramático, El misterio de Obanos, que desde entonces se representa. Existían precedentes en la literatura española, como los Autos Sacramentales e incluso modelos de representaciones religiosas protagonizadas por vecinos en algunas poblaciones, como El misterio de Elche. Desde entonces, los vecinos del pueblo se comprometieron a representarlo en la plaza Mayor en el mes de agosto, y así lo vienen haciendo con el compromiso de representarlo cada dos años. Aunque no les haya sido posible respetar totalmente su propósito, este año tienen previsto representarlo de nuevo.

El milagro de Santo Domingo de la Calzada
Santo Domingo de la Calzada es una población que debe su existencia a la ruta jacobea. Fue fundada por un eremita llamado Domingo García que aprovechó un viejo edificio abandonado, propiedad de los reyes de Navarra, situado a orillas del río Oja, en la Rioja Alta, y creó en él un eremitorio para sus frailes y un albergue para los peregrinos. Construyó, además, un puente en un lugar estratégico y, donde no había nada, surgió un burgo dedicado por completo a la atención de los peregrinos. La población creció con mucha rapidez y en 1232 se convirtió en cabeza de diócesis episcopal.
La leyenda ha quedado reflejada en el dicho popular «Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada». El origen del sorprendente dicho popular se explica así:
Una familia alemana, compuesta por un matrimonio y su joven hijo, peregrinaba a Compostela en los albores del siglo XV. Se detuvieron dos días para descansar en un mesón de Santo Domingo de la Calzada. La hija de los posaderos se interesó vivamente por el joven alemán y quiso inútilmente conquistarlo con sus encantos. Despechada por el rechazo, se vengó del muchacho escondiendo en su morral una copa de plata propiedad del posadero. Después, denunció su desaparición a la Justicia, los alguaciles persiguieron a la familia y los alcanzaron en la ruta. Registraron el morral del joven y le encontraron la copa. Detuvieron al muchacho y lo llevaron ante el juez, que mandó ahorcarlo de inmediato y dejar su cuerpo colgado de un árbol, a la vera del camino, para escarmiento de todos.
Sus afligidos padres decidieron seguir su peregrinación hasta Compostela para pedir al señor Santiago piedad para su hijo. En el camino de vuelta a su tierra, se encontraron al llegar a Santo Domingo con que el cuerpo de su hijo todavía colgaba pendiente del árbol. Se detuvieron para encomendar a Dios los despojos de su muchacho y la sorpresa fue que el cuerpo estaba allí colgado, pero no estaba muerto, sino bien vivo, a pesar de la soga que atenazaba su cuello y de la que pendía todo el peso de su cuerpo.
Ante el evidente milagro, los padres acudieron a la casa del juez para contarle el portento como prueba de la inocencia de su hijo. Le encontraron sentado a la mesa comiéndose un suculento gallo y una gallina asados.
Escuchó el relato con incredulidad y al final fanfarroneó con sarcasmo: «Vuestro hijo debe estar tan vivo como las aves que tengo en el plato, listas para comérmelas». Y en aquel preciso momento, el gallo y la gallina saltaron fuera de la fuente y se pusieron a cacarear con todo su ímpetu. De modo que el muchacho inocente fue bajado de la horca y pudo continuar con sus padres el regreso a su patria tras su frustrado peregrinaje a Compostela.