CARLOS OCAMPO

Si te gustan los relatos de muertos vivientes, lobishomes y aparecidos, hoy traemos a esta sección una historia que haría palidecer al mismísimo conde Drácula. Y cuando decimos historia queremos decir que ocurrió de verdad, el viernes hará exactamente 90 años. El 9 de junio de 1933 Aurora Rodríguez Carballeira entró en el dormitorio de su hija, que tenía 19 años, y la mató de cuatro disparos.

Hildegart Rodríguez Carballeira era una niña prodigio que ya se había licenciado en Derecho, había escrito algunos libros y colaboraba en varios periódicos desde los 14 años. Su intelecto privilegiado no era fruto de la casualidad, sino que había sido cuidadosamente labrado por su verdugo desde antes de concebirla. Su madre, una ferrolana obsesionada con la eugenesia (la mejora de la raza humana, una corriente muy de moda hace cien años), buscó al perfecto portador de los genes de su futura hija y los encontró en un marino y sacerdote, Alberto Pallás, que aceptó que no conocería nunca a su hija.

De familia acomodada, Aurora educó a su hija para que fuera una preeminente política. Hildegart —un nombre inventado a partir de hilde, ‘sabíduría’, y gart, ‘jardín’— entró a militar en el PSOE, pero fue expulsada del partido por sus críticas. Se acercó al Partido Republicano Federal y centró su interés en la educación sexual, todo lo cual enfadó a su madre. Cuando le llegó la oportunidad de viajar a Londres y volar libre, Aurora se lo impidió de la peor manera posible.

En un primer momento, La Voz se limitó a dar breve noticia de la muerte de la joven, que ya era conocida y a la que en esta información le cambia el nombre: «Esta tarde se efectuó el entierro de la señorita Hildegarda, muerta ayer a tiros por su madre» (11/6/1933).

Tres días después, el periódico publicaba un obituario titulado «Una mujer». No explica el porqué de «esos cuatro disparos que remataron la vida en flor de Hildegart», pero sí se deduce que era conocido el infierno que fue su infancia y la relación con su madre: «Quienes habíamos fijado alguna vez la vista en ella sospechábamos el drama de su vida […]. Un drama que sin ese desenlace brutal no hubiera pasado de una sospecha, rechazada con vergüenza por toda conciencia equilibrada. La muchacha, educada en la frialdad de las verdades materialistas, no era más que el juguete de una mentira terrible, de un error fatal […].

»Inútilmente sé pretendió hacer de ella una línea recta, una inteligencia libre de prejuicios. Era lo que todas las mujeres son a su edad, eligió un seudónimo novelero, y cuando nadie la observaba y podía dejar la careta que le obligaban a ponerse, se escribía a sí misma unas cartas enternecedoras. En la intimidad, la vencía el romanticismo […]. Tuvo una muerte impropia de la heroína que los demás, las gentes que la cercaban, pretendían mostrarnos en ella, como ejemplo de una generación desligada de las leyes naturales».

El 29 de ese mes, La Voz recogía una información del diario La Libertad que apuntaba otra posible causa del crimen. Sostenía que era conocido que Aurora no era la madre natural —«Parece que Hildegart pasó a poder de Aurora cuando contaba tres meses y fué inscrita por ésta en el Registro Civil como hija suya y de padre desconocido»— y que la hija quería demostrarlo oficialmente para rechazar sus apellidos. «Aurora, según parece, intentó disuadir a Hildegart de sus propósitos, pero una vez que estuvo convencida de que nada lograría de sus deseos, concibió la idea de matar a su supuesta hija», concluía.

Juicio y condena

Casi un año después (La Voz, 26/5/1934) se juzgó el caso. La defensa alegó un trastorno mental: «El doctor Prado […] respecto a la procesada dice que ofrece todas las características de una paranoica incurable y que sus actos son de una absoluta irresponsabilidad». Pero otros médicos opinaban lo contrario: «Los doctores [Antonio] Vallejo Nájera y Piga disienten de aquel criterio».

Declaró como testigo la criada: «Maltrataba a la hija, y solía encerrarla en un cuarto bajo llave. Afirma que la noche anterior a la del suceso la había amenazado con matarla». Y la portera del edificio afirmó que «entre madre e hija había hondos disgustos».

Al día siguiente (27/5/1934) es condenada y sentenciada «a 26 años y 8 meses de reclusión». Sin embargo, año y medio después, la misma sala dispuso el ingreso de Aurora Rodríguez Carvalleira «en el manicomio de Ciempozuelos» (25/12/1935).

Caso terrorífico

El pasado 23 de abril, la revista XL Semanal, que se distribuye los domingos con La Voz, publicó un amplio reportaje sobre el caso con el título “El atroz asesinato que sacudió la República”.

 

Para saber más

Los suscriptores pueden acceder a la Hemeroteca de La Voz. Un consejo: para tener éxito en la búsqueda, utiliza los cuadros que permiten acotar las fechas.

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