OLGA SUÁREZ
El drama migratorio ocupa muchas páginas en los periódicos y Grecia se ha convertido en los últimos años en el país que más refugiados recibe de diversos países de África y de Asia. Solo en el año 2019 llegaron al país heleno más de 74.000 personas, según el Alto Comité de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), una cifra que casi duplica al número de inmigrantes que llegaron a España, que es el segundo país con más número de refugiados. En el centro de Atenas hay un edificio que mueve una asociación española con ramas en A Coruña donde familias sin papeles pueden volver a construir un hogar. Se llama Elna Maternity Center y es un proyecto de acogida para mujeres embarazadas o con bebés lactantes que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad. La docente coruñesa Cristina Vázquez del Prisco se encuentra allí como voluntaria. Profesora en el ciclo superior de FP de Educación Infantil en el CIFP Porta da Auga, de Ribadeo, este trimestre solicitó un permiso para desarrollar un proyecto de ayuda humanitaria, que concluirá dentro de unas semanas. Y salvando las grandes diferencias de la situación, tiene claro que las bases de la educación son las mismas allí que en Galicia.
—¿Cómo conoció el proyecto Elna Maternity?
—Con la última crisis migratoria empecé a valorar la idea de hacer algún voluntariado y descubrí el trabajo de la oenegé Aire, de A Coruña, a través del cual di con Elna. Buscaba un trabajo en el que pudiera ayudar con mi formación, y este era perfecto.
—¿Había trabajado previamente en algún voluntariado?
—No, estuve hace años de visita en los campos de refugiados de Tinduf y me quedó siempre la espina de trabajar de cooperante. Y me está aportando mucho.
—¿Fue muy impactante lo que vio a su llegada?
—Por mucho que vengas concienciada, siempre hay cosas que te desmontan. Aquí las condiciones de las familias son más dignas que en un campo de refugiados, pero las historias que tienen detrás son complicadas. En el día a día se llevan bien, pero es en el tiempo libre cuando te paras a pensar y se hace más difícil.
—¿Cómo es ese día a día?
—El espacio que tenemos es polivalente, así que todas las mañanas tenemos que montar la clase. Vamos por los diferentes pisos para recoger a los niños y pasamos unas horas con ellos: hacemos actividades, creamos rutinas, les damos la merienda… Por las tardes ayudamos a los mayores con los deberes, los llevamos al parque y damos clases de inglés a las madres.
—¿Cómo es el grupo?
—Por las mañanas estamos con niños de 2 a 6 años, porque a partir de esa edad se los escolariza en una escuela pública. Ahora hay familias afganas, del Congo, Angola y Pakistán.
—Como educadora, ¿qué objetivos se marca con un grupo tan diverso?
—En el fondo, el objetivo es el mismo que en cualquier escuela: potenciar su autonomía y educarlos de manera individualizada.
—¿Son conscientes de la situación de sus países de origen?
—Los bebés no, pero hay niños de 11 años que han vivido el viaje migratorio y los conflictos en su país y se acuerdan perfectamente. Son más frágiles y es habitual que aparezcan traumas. Con ellos hay que trabajar la gestión emocional, que aprendan a expresar lo que sienten y a manejar conflictos. Pero en este caso estamos en contacto con un programa de Médicos Sin Fronteras en el que los psicólogos tratan a niños refugiados.
—¿También les ayudan a relacionarse con la sociedad griega?
—Sí, nos encontramos en el barrio de Victoria, de Atenas, que es una zona con mucha población inmigrante y el colegio adonde van está abierto también a esta situación. Muchas veces hacemos de puente entre el centro educativo y las familias, que no suelen conocer el idioma. Los profesores agradecen que los niños lleguen con algo de nivel de inglés, incluso hay una voluntaria que les enseña griego.
—¿Cuánto tiempo pueden las familias quedarse en el centro?
—Pueden estar todo el tiempo que necesiten mientras no tengan papeles o un visado para poder moverse. Sin embargo, ahora la asociación está buscando fondos para conseguir una nueva ubicación porque se termina el contrato de alquiler en abril. Las familias se reubicarán en pisos, pero necesitan un nuevo local para acoger la escuela.
—¿Qué es lo más positivo de esta experiencia?
—A nivel personal me está llenando mucho, es maravilloso ver la evolución de los niños. Y a nivel profesional me llevo una maleta llena de experiencias. Creo que es importante para los docentes realizar este tipo de proyectos porque muchas veces nos centramos demasiado en nuestras aulas y es bueno salir de ellas y conocer otras experiencias.
—Recientemente compartió su experiencia con alumnos del IES Daviña Rey, de Monforte. ¿Cómo fue ese contacto?
—Yo había trabajado allí y organizamos una videoconferencia con alumnas del primer ciclo de Educación Infantil. Hicieron un montón de preguntas, les impresionó al relacionarlo con las noticias sobre refugiados que ven cada día en la prensa. Les mostramos todas las actividades que hacemos teniendo tan pocos recursos. Creo que fue una actividad buena que ha despertado en ellos el espíritu crítico.