ANA  ABELENDA

Dudo en todo, porque he visto cómo cambiaba el color de tus ojos según el momento del día en que te miraba. Y en función de tus ojos cambiaba también el color de mi ánimo… Pero tengo algo claro (como tus ojos por la tarde). Los profesores salvan vidas, las truncan en el peor caso. El suyo es un poder sobresaliente. Todos hemos tenido un profesor Keating (y una señorita Trunchbull). Keating podía ser hombre o mujer, podía ser alguien que no daba clases, pero impartía su magisterio al hablar contigo. Mis padres fueron mis primeros profesores Keating. La emoción, por delante. Mi madre me dijo una vez: «Explícate, vale la pena entenderte». Qué valor. Sabía cómo hacerte fuerte, cómo hacer latir, sin descanso, el corazón del lenguaje. Su paciencia paraba los relojes.

Pobre del que no haya sido parte de un Club de los poetas muertos, porque la vida es un poema o un cuento que las circunstancias van despellejando, rajándole adjetivos como ruedas. Llegan otros nuevos… Las palabras curan o enferman, mueven a la acción o paralizan. Hay profesores vitamina, a los que debemos una decisión vital, parte de quienes somos, el primer mordisco a un saber, a la pasión que convertimos en oficio o con que aliviamos el tedio.

Yo tuve un profesor Keating que se ponía en medio de la clase a recitar a Calderón y se comía el aburrimiento a versos. Era imposible distraerse, un pionero de las performances. Una vez se puso en el centro y pidió que hiciéramos bolas de papel y se las lanzáramos todos a una. Fuenteovejuna fue uno de los lugares a los que fuimos, además de a las cocheras a por el bocata de tortilla. En la universidad tuve cuatro Keatings, pero el capitán era uno… Siento que debería darle una parte de mi sueldo. (O mi libro favorito… ¡o a una de mis hijas!).

Todos merecemos un profesor a lo Tonucci, como aquel que le descubrió la literatura a nuestro premio nacional de Poesía Joven 2022, Ismael Ramos, o como Antonio Couto, el jubilado que da clases que enamoran en A Coruña. A los profesores que aman lo que hacen y saben de qué hablan, a esos que nos ayudan a escribirnos, gracias. Os debemos una parte del relato.

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